Hoy, al despertar, sentí la tensión en mi cuerpo. Algunas molestias y una sensación de acartonamiento, de entumecimiento. Me levanté con cuidado y en ese levantarme decidí que hoy escucharía a mi cuerpo.

En mi cabeza iban y venían las tareas pendientes: rellenar hojas INEM, reservar billete tren, buscar algunos documentos y fotocopias, seguir resumen libro, escribir,,,  y no sigo porque me ocuparía demasiado tiempo.

Así decidí hacer lo imprescindible. Mañana he de entregar una documentación.

Una vez terminada la tarea, me estiro en el suelo, con mi colchoneta.

Siento mis piernas adormecidas, mis pies, los dedos. Roto sobro los tobillos, flexiono el pie, lo estiro, y poco a poco voy desentumeciendolos.

Las piernas con mucha tensión llegan a molestarme. Los músculos llegan a dolerme.

Los brazos, cansados. Mis manos, agotadas.

LA espalda, a la altura del omóplato, también se queja y las cervicales, tensas, las noto.

Tomo conciencia de cómo está mi cuerpo, de cómo se expresa, de cómo me dice.

Con mis manos palpo los músculos de las piernas y en las rodillas encuentro puntos de dolor. Me detengo y miro de aflojarlos.

Mis brazos, tensos, me piden también que los relaje. Con la palma de mi mano aprieto el músculo con fuerza, sin dañarlo y también consigo aflojarlo.

Ahora me quedo ahí, con las sensaciones físicas, con las molestias, dándoles el espacio y el tiempo que requieren.

Parar. Ocuparme de mí. Dejar el afuera para quedarme dentro. Conmigo.

Sentir el alivio y el respirar después de la tensión. Agradecer esa bocanada de aire fresco que se instala en mí. Y después de un descanso, puedo proseguir con las mil tareas pendientes.